Vas a un estadero, pero la música es tan fuerte que ni disfrutas de la conversación ni de la tranquilad que debería ofrecer el sitio. Estás estudiando para un examen, pero tu vecino decidió que su despecho es más importante. Vas al campo con tu pareja para escapar de la rutina, pero en la fi nca de al lado hacen una fi esta hasta el amanecer para toda la vereda. Estás cuidando a tu abuela enferma y la alcaldía decidió un plan de obras con trabajos a punta de martillo neumático. Esperas el domingo para dormir hasta tarde, pero los deportistas madrugaron y necesitan poner el parlante a toda para ejercitarse. En tu barrio hacen un concierto privado que terminan escuchando dos mil vecinos que no fueron invitados. Un joven de tu cuadra optó por poner resonadores en su moto y ahora el vecindario está obligado a saber cuándo viene y se va. El almacén de la esquina usa micrófono y altoparlante pues aparentemente así venderá más calzoncillos. La discoteca que montaron en tu calle no cumple con los requisitos de aislamiento acústico y, si vas a reclamar, te amenazan. Por fi n sacaste unos días para ir a la playa a leer y descansar, pero un grupo pequeño con su bafl e enorme tiene otros planes. De malas.
El paisaje sonoro de nuestras ciudades, playas y recintos campestres está siendo colonizado por equipos estridentes; cada vez cuesta más escuchar los pájaros, las olas, los amigos o la voz de la conciencia. Estamos inmersos en una cultura del ruido que enferma y nos impide pensar. La contaminación acústica tiene efectos nocivos sobre la salud mental y física, la calidad del sueño y la concentración. Además, es una de las principales causas de riñas entre vecinos. Incluso, ya se habla de desplazados por el ruido. Lo sabemos, pero nos hemos resignado a vivir maluco. ¿Por qué somos así? ¿Por qué nos aturdimos? Nos falta empatía para recordar que no vivimos solos y que los demás tienen nuestros mismos derechos. Parece que carecemos de paz mental, que no conocemos el valor del silencio, de la quietud, de la contemplación. También carecemos de autoridad: hoy es casi imposible resolver confl ictos asociados al ruido, pues los ciudadanos desconocen la ruta de atención para enfrentarse a un vecino ruidoso.
Al final la única opción es llamar a la Policía, que no suele contar con el personal, el tiempo o la voluntad para encargarse de “esas bobadas”. En el Congreso de la República radicamos un proyecto de ley que busca dotar a las autoridades de herramientas y planes para evaluar y enfrentar este fenómeno. Pero para que este proyecto avance necesitamos el apoyo de los parlamentarios y los ministerios responsables, de quienes esperamos su compromiso.